He aquí el milagro realizado en favor y en el hogar del mismo Manuel de Salazar.
Un día –testificó un pariente del vizcaíno- se declaró un gran incendio en la pieza en la que Salazar había depositado la cosecha del año. Con ojos espantados mira el pobre anciano, perdido en pocos minutos los múltiples afanes de su trabajo de labriego, desastre al que se sumarían pobreza y sufrimiento.
¡Ay, como en un relámpago se ve la noche oscura,
Presiente el hombre al punto toda su desventura:
Ve en cenizas trocados su pan y albergadura,
Su abrigo en desamparo, sus fuerzas en flacura!
Se quemaría irremisiblemente todo el algodón.
Prueba tal, a sus años, cierto no merecía;
Y como Job, amargo su corazón sentía,
Mas he aquí la Imagen de la Virgen María,
En ella buen escudo su corazón tendría.
Pero en ese instante cruzó por su mente la visión de la Madre del Cielo cuya Imagen tenía en la repisa de su cuarto. Así como había hecho milagros mayores, bien podía hacer éste de apagar el algodón que se incendiaba. Impulsado por su fe profunda, la toma en sus manos, y poniéndola sobre el algodón que ardía por todas partes, dice aquellas palabras llenas de confianza: “Apaga, Madre mía, este incendio, pues no hay razón para que yo pierda todo estando Tú en mi casa”.
Corrió, pues, al impulso de su desasosiego
Que apenas permitía la exclamación por ruego
Y confiando a la Virgen su suerte de labriego
Tomó la Santa Imagen y la arrojó en el fuego.
Como si una invisible llama las sometiera
Se extinguieron al punto las llamas de la hoguera.
¡Y qué mucho, si aquello no era labor, siquiera,
Para quien del Infierno las llamas redujera!
El prodigio se verificó instantáneamente pues al punto se extinguieron las llamas. Los vecinos que habían acudido, no tanto para apagar el incendio, cosa imposible tratándose de algodón en copos fofos y dispersos, sino más bien para consolar a Don Manuel por su pérdida, sólo vieron como vestigio de lo que había ocurrido, una mínima porción de algodón algo ennegrecido por arriba.
Con esta maravilla doméstica y sencilla
Que en su piadosa siembra fue la primer semilla,
Abrió para esta tierra la Virgen sin mancilla
Su inagotable fuente de amor y maravilla.
La noticia del milagro corrió por todos los vecinos y pasó las fronteras del Valle, por lo que la Imagen comenzó a ser conocida en las distintas poblaciones de entonces.
Honremos el milagro que dejo relatado.
Sea de todos visto, de cada cual contado;
Sea reconocido bendito y alabado
En toda la pureza de su significado:
Por él Nuestra Señora, con su habitual finura,
Nos ofreció la gracia de su amistad segura
Para vencer el fuego de la pasión impura
Y la devoradora llama de la amargura.
Por él quiso mostrarnos lo que su amor sería
En esta nuestra tierra secana y labrantía;
Fuente y abrevadura para la sed baldía,
Lluvia sobre la ardura mortal de la sequía.
Y sobre todo quiso, tal vez, Nuestra Señora
Anticipar su signo de Pacificadora
En ese gran incendio de furia abrasadora
Que vino a ser la larga guerra conquistadora.
Fuente: Libro “Historia Popular de la Virgen del Valle” del Presbítero Alberto S. Miranda y Loor de Nuestra Señora la Virgen del Valle de Juan Oscar Ponferrada.