Hallazgo de la imagen.
Caía la tarde, un indio al servicio de Don Manuel de Salazar andaba por los ásperos parajes recogiendo alguna majada, allí en el silencio de la tarde oyó unas voces y ruido de pisadas.
Al escuchar esto decide esconderse y esperar pacientemente para poder descubrir de que se trataba.
Es así como vio a un grupo de indiecitas que caminaban recelosas, con cierto temor de que alguien las descubriera, el indio no entendió lo que sucedía, pero supuso que se trataba de algo muy importante, dado a que las indiecitas llevaban lamparitas y algunas fragantes flores de la montaña.
Como ya era tarde no pudo seguirlas, pero era tan grande la intriga que no podía dejar de pensar en lo sucedido.
Es así como decidió seguir investigando; volvió al amanecer del día siguiente y comenzó a seguir las huellas que habían dejado las indiecitas, al caminar se dio cuenta de que ese sendero era muy transitado, caminó unos cinco kilómetros desde el pueblo de Choya, y subió la quebrada como unas quince cuadras, cuando de pronto vio en una pendiente muy inclinada y a unos siete metros de altura, un nicho de piedra muy bien disimulado, hacia allí se dirigían las pisadas.
Al pie del nicho había ramas quebradas, restos de fogatas y hasta señas de que se realizaban bailes tradicionales.
Todo esto aumentaba su curiosidad y su afán de descubrir el misterio lo llevo a trepar hasta el nicho.
Y con asombro vio que al fondo se descubría una Imagen de la Santísima Virgen María.
Era pequeñita, muy hermosa, era como las que había visto en la casa de los españoles, de rostro moreno, y tenía las manos juntas.
Seguramente pasaron algunas semanas, quizás varios meses hasta que el indio, seguro de su descubrimiento le cuenta todo a su amo.
Le dijo que había visto a la pequeña imagen, que estaba allí entre las piedras, que era morenita como los indios y que por eso la querían y que él también había aprendido a amarla.
Salazar lleva la imagen a su casa
Profundamente interesado, Don Manuel de Salazar, averigua una y otra vez los pormenores del descubrimiento de la imagen.
Se preguntaba si realmente existía una imagen de la Virgen María o si todo esto no sería causa de que los indios volvieran a sus antiguas idolatrías, muchos fueron sus pensamientos acerca de lo relatado por el indio y decidió cerciorarse personalmente yendo al lugar donde decía su servidor había visto la imagen.
Salió con el nativo, desde su vivienda en la población de Motimo, hoy San Isidro, y se dirigió con su guía e informante hacia el lugar y el nicho mencionados.
Los pobladores choyanos conscientes de que el anciano Salazar vendría en cualquier momento al sitio en que veneraban la imagen de la Virgen María, y pensaría que Ella se encontraba abandonada, en un lugar indigno y se la llevaría, los tenía realmente muy preocupados e inquietos.
Al tomar conocimiento que el Administrador se dirigía al lugar comenzaron a reunirse apresuradamente para defender su tesoro.
No sabían por qué, pero aquella imagen, morena como sus rostros, pequeñita y humilde como sus vidas ignorantes y sencillas, parecía volverlos dichosos y fuertes en esos años de opresión y dura servidumbre, bajo el dominio de los conquistadores españoles.
Ella les brindaba la esperanza, la alegría, por eso no permitirían que se la llevasen. No tenían armas y en caso de tenerlas, no hubiesen sido capaces de utilizarlas ante aquel nicho lleno de luz para sus almas.
Pero sí tenían, la súplica de sus varones, las lágrimas de sus mujeres y el rogar de los pequeños.
Y llegó Salazar hacia el anochecer, con el fin de sorprenderlos en lo que imaginaba orgía y desorden.
Nada de eso, sí un silencio expectante y un completo y verdadero recogimiento.
Al llegar el Administrador del Valle, trepa con el indio hasta la entrada de la gruta, y la encuentra tal cual el servidor la describiera:
Tenía de española facciones parecidas;
Tenía de indiecita la tez oscurecida:
En su expresión criolla ya estaban confundidas
La raza redentora, la raza redimida.
No cabía duda, era la Imagen de la Reina del Cielo en la soberana advocación de Pura y Limpia Concepción.
De inmediato determina no dejar un momento más la Imagen en aquella agreste cueva. Los indios comienzan a manifestar su descontento y expresar que era suya, que la querían, que Ella los cuidaba y defendía.
Salazar insiste en la determinación y la resistencia de los indios es mayor. Comienzan las lágrimas y los ruegos, pero él se mantiene firme y allí mismo la carga y la lleva a su casa:
En esa sencillez elemental de vida
Halló Nuestra Señora ternura merecida,
Pues como a Reina y Madre le dieron acogida
Y honraron su linaje con devoción cumplida.
Le erigieron, devotos, en el mejor lugar
De la casa un pequeño pero precioso altar;
Lo trabajó en madera el propio Salazar,
San José desde el cielo lo debía guiar.
Las mujeres hicieron las telas de ornamento
¡Con qué amor bordarían y con qué sentimiento!
Los vecinos, sumados al acontecimiento,
Brindaron sus oficios y su comedimiento.
La Virgen vuelve a su Gruta
Salazar, al amanecer de un día de tantos, antes de comenzar sus faenas, llegó a visitar a su “Reinecita Morena”, pero no la encontró.
No se desconcertó pensando que su mujer sabría de Ella, tal vez la habría cambiado de lugar o prestado a algún vecino.
Su mujer aseguró haberla visto la noche anterior y no sabía que hubiera entrado alguien en la casa.
Entonces comenzó a dudar del indio. Aquel indio quería mucho a la Imagen.
Lo llamó entonces y un tanto inquieto lo interrogó, pero el indio contestó no saber nada.
Él también la había visto la noche anterior en su repisa.
El Administrador siguió buscándola durante toda la mañana en casa de vecinos y amigos, la buscó por todas partes. ¿Sería posible que se sintiera tan inquieto y triste por no encontrar aquella imagen?
Es que la Madre del Cielo se había adentrado hondamente en su viejo y bondadoso corazón, por intermedio de aquella imagen morenita y sencilla.
¿Estaría de nuevo en su gruta?, se preguntó.
Y dirigiéndose hacia allí, llegando al lugar, trepó decididamente hasta el mismo sitio del que sacara la Imagen y prodigiosamente allí estaba.
Tal cual la viera la primera vez, sin flores ni cirios ni ningún rastro de alguien que hubiera estado allí antes que él.
Apresuradamente la levantó como si fuera algo vivo, la acarició, la besó reverente y se la llevó de nuevo.
Llegado a su casa la colocó en su sitio, y día y noche multiplicó la vigilancia.
Pero todo fue inútil: varias veces debió viajar a la gruta de Choya, a “capturar a la fugitiva” y traerla de nuevo a su casa, regañándola como saben hacerlo los corazones enamorados.
Comprendió entonces que ella misma había decidido volver a Choya.
Que con esto le mostraba que su deseo era permanecer allí, cerca de sus indios que fueron los primeros en venerar esta imagen y que podían unirnos a ellos y darle culto en el lugar que Ella ha elegido:
Nombro a Santa María, madre de todo hogar;
Reina de todo reino, puerto de todo mar;
La misma que Gloriosa gustaban de llamar
Los que, antaño, guardaban sentido en el hablar.
La misma que, teniendo celestial residencia,
A ruego de sus hijos, por obra de indulgencia,
Baja un día de la alta morada y su presencia,
En esta nuestra tierra tan pobre se aquerencia.
Y en nuestra tierra queda, y, bajo nuestro sol,
Su faz se va tiñendo lo mismo que el mistol.
Ah, celestial y criolla; la fe que es buen crisol
Funde en su nueva imagen lo indiano y lo español.
Fuente: Libro “Historia Popular de la Virgen del Valle” del Presbítero Alberto S. Miranda y Loor de Nuestra Señora la Virgen del Valle de Juan Oscar Ponferrada.